Mis historias malditas

Hoy es 23 de Abril. Hace mucho tiempo que murieron aquellos por los que hoy celebramos. Mucho desde que mataron al último dragón. Pero aún nos quedan las estatuas en la piedra, las palabras sobre el papel. Porque las grandes leyendas no pueden morir del todo. Siempre hay alguien que las revive al recordar. No tienen descanso eterno, no pueden. Sin ellos seríamos poco más que el sacrificio de una princesa sin santo. Ellos llenan nuestros sueños sin que nos demos cuenta, susurran en nuestros oídos y nos mueven la mano al escribir. Porque dicen que todo está ya dicho. Porque los escritores no hacemos sino hacer nuestros los cuentos olvidados de la humanidad, escribir los secretos que conocen los fantasmas y que nunca habían sido escritos. Su inspiración brota en la nuestra como un rosal encendido. Es por eso que las palabras de los libros contienen toda la magia del mundo. Y es por eso que leer nos hace eternos.

Me gusta el cine. He tenido épocas en mi vida en las que he visto, absolutamente de todo (cuando trabajaba en el turno de noche me he visto festivales enteros o ciclos de películas independientes argentinas, por ejemplo) Pero también he tenido otras de pasarme a las series, porque en mi frenética vida, las pelis de 2,30 horas se me hacen un parón gigante.  Ahora estoy aprovechando para ver todo lo que tenía atrasado. Y, aunque he decidido empezar por las que tenía ganas de ver, la verdad es que, como mucho, me han parecido para pasar el rato. Lo malo que tiene ver todo lo que cae en tus manos, es que hay muchas cosas malas, pero muchas. Lo bueno es que un día, sin esperártelo, te encuentras una joya. Harold Crick, un gris auditor de hacienda, lleva una vida rutinaria: se levanta todos los días con la alarma de su reloj, desayuna solo, se cepilla los dientes setenta y seis veces, cuenta los pasos hasta su trabajo... Hasta que una mañana, escucha una voz que narra todo lo que

Eres mi ángel. Despliegas cada noche las alas sobre mi cama para arroparme. Dejas que apoye mi cabeza sobre tu pecho para dormir. Escuchas cada una de mis palabras, hasta las que no salen de mi boca. Me abrazas y calmas mis miedos. Incluso aunque no crea en ti.  Incluso si no te rezo, ángel mío.

Ya he contado que dejé de escuchar la radio cuando dejé de conducir. Y ya va a hacer siete años que no tengo coche, así que las novedades musicales se me escapan. Todo lo que no me recomienden (mis amigos o Youtube) o me llame la atención en una serie o película, ni me suena. Cuando Rozalén comenzó su viaje, la vi de refilón en la tele y no me pareció que pegara conmigo, así, sin más. Tuvieron que pasar dos años para que me volviera a encontrar con Girasoles y me parara a escuchar su letra. La música seguía sin ser de mi estilo, claro, pero las palabras... ¡Ay, las palabras! Esa poesía sí que era de la que me gustaba. Tiempo después, ensayando en Zamora, vi una de las coreografías de Bea que me enamoró, por la música y por el baile, lleno de giros flamencos (o ATS) y de floreos. Le pregunté y me dijo que la canción era Levántate , de Rozalén. Se había comprado el disco y su madre y ella lo escuchaban por primera vez en el coche. Cuando llegaron a esa canción, las dos supi