ENORME SUERTE
Desde entonces la seguía a todas
partes. Iba a su lado, a una distancia prudente y observaba todos sus
movimientos. Por las noches, plantaba flores en los lugares por los que ella
pasaba, para que su camino fuese más hermoso, rellenaba zanjas, retiraba
obstáculos... Todo lo que pudiese hacer que su vida fuera mejor.
Y nunca le dijo nada. Siempre
tuvo bastante con mirarla desde la distancia.
Ella vivía despreocupada. Tenía
la suerte de su lado y las cosas parecían solucionarse con solo desearlo. A veces
ni tenía que hacerlo. Simplemente todo estaba siempre como debía estar. Por eso
el día de la tormenta, cuando el río se desbordó y cortó el camino, le costó
reaccionar.
Miró el cauce de agua que
discurría a toda velocidad durante unos minutos. Luego se encogió de hombros y
giró sobre sus pasos. Era una ninfa con suerte. Si algo bloqueaba su camino,
habría un sendero mejor para llegar hasta su destino. Un fuerte sonido a sus
espaldas la sacó de sus pensamientos.
Cuando se volvió de nuevo,
descubrió un tablón que hacía las veces de puente colocado sobre la corriente
de agua. Una cosa era ser afortunada, pero esto, sin duda, debía ser magia. Con
un rápido movimiento de cabeza miró a su alrededor. Se asustó buscando una
bruja, un mago, algo a lo que debiera enfrentarse, cuando vio algo moverse por
el rabillo del ojo.
Se colocó de frente al lugar y lo
escudriñó con cuidado. No parecía haber nada allí, ni un signo más de vida en
aquella montaña. Hasta que él parpadeo. De tan grande que era, no le parecía una
persona. Tuvo que escalar por un terraplén cercano para llegar a la altura de
su cara y solo entonces estuvo segura de que era un ser vivo. Y le preguntó:
—¿Eres tú el que ha colocado el
puente?
—Sí— le respondió el gigante
después de rascarse la nariz.
Había algo en aquella enorme mano
peluda que removía sus recuerdos. Si intentaba echar la vista atrás, le parecía
que siempre hubiera estado ahí, en cada recodo del camino, todos los días de su
vida. Y una idea fue tomando forma en su interior.
—Tú... —le dijo aún con dudas—
¿Tú haces siempre estas cosas?
—Cada día desde que te conocí—contestó
él.
La posición de la ninfa cambió.
Su cuerpo se puso firme, sus brazos rígidos y su cara colorada. Vista así no
parecía tan frágil.
—¡Pero quién te crees que eres para seguirme y espiarme y para entrometerte en mis cosas!
Él intentó explicarse, pero ella
estaba tan enfadada que no le dejó emitir palabra. Con cada reproche, la ninfa
se acercaba más y más a la cara del gigante, agitando las manos ante él, como
cuando se regaña a un niño.
Tan absorta estaba en su
reprimenda que, cuando quiso darse cuenta, se encontró casi rozando los labios
de aquel enorme ser. Estaba tan cerca, que una descarga de sensaciones la
recorrió de arriba abajo y se le atascaron las palabras de pura vergüenza.
Él aprovechó para cogerla
suavemente con su mano y la separó hasta ponerla a la altura de sus ojos.
—Casi te piso aquel día —dijo él
aliviado de poder explicarse— Pero por casualidad miré al suelo y pude verte.
Me pareciste lo más increíble que había visto nunca. Después de observarte,
cuidar de ti me pareció lógico. Había estado a punto de hacer que no existieras
y el mundo habría sido peor. Por eso te cuido, pero no solo por ti. Mi vida era
mucho más gris antes de aquel día, así que también lo hago por mí mismo. —El
gigante hizo una breve pausa para fijarse en la cara de la ninfa, que ya no
parecía enfadada. Después continuó hablando— Nunca he querido molestarte, por
eso me oculto a tus ojos. Pero si aun así te incomodo, dejaré de seguirte desde
ahora mismo.
Dicho esto, dejó a la chica con
suavidad en el suelo y dio la vuelta para alejarse de allí.
—¡Espera! —le gritó ella.
El enorme ser volvió sobre sus pasos y
se agachó a su lado. A ella le recorrió de nuevo un escalofrío de los pies a la
cabeza, que coloreó sus mejillas ligeramente. Ya no había ningún reproche en su
interior, solo un descontrolado cosquilleo de ideas que bullían en su cabeza.
—Puedes seguir cuidando de mí, como
has hecho siempre.
Su voz era firme, pero su mirada se
dirigía nerviosa hacia el suelo. Cuando reunió fuerzas para mirarle de nuevo,
vio que sonreía. Sus enormes labios estaban otra vez tan cerca... Divertida,
levantó su dedo índice y lo apuntó hacia la cara del gigante:
—Pero no te escondas, ¿eh? Quiero que,
desde ahora, vengas a mi lado.
Y dicho esto, comenzó a caminar decidida hacia el puente que él le había construido. Su corazón latía muy fuerte en su pequeño pecho y se preguntaba por qué no le había besado, si lo estaba deseando. Entonces notó en el suelo el retumbar de los pasos que la seguían, respiró hondo y trató de calmarse. Tenían todo el tiempo del mundo para hacerlo. Después de todo ella era una ninfa con suerte. Le tenía a él.
En cuanto vi el precioso colgante con el trébol de Rarolarium recordé esta historia. La suerte dio muchas vueltas, se hizo de rogar, pero llegó acompañada de estrellas...
Un cuento muy cuqui. ¿Qué tendrán las parejas (sentimentales o no) con diferencia de tamaño que las hace tan adorables? Y es difícil no pensar en esa historia entre el colgante del trébol y el hada.
ResponderEliminarJjajaja, ¿te gustan las chicas pequeñitas y los chicos altotes?
ResponderEliminarPues no sé de qué me suena, ahora que lo dices...
EliminarDe todas formas: Lily y Marshall, Spinelli y Mikey, Astérix y Obélix, Asno y la dragona de Shrek...
Jajaja, sí, parece que hay a mucha gente que le gustan las diferencias
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