ESCRITORAS DE AIRE



Caminabas por la feria cuando viste su puesto. Nunca habías creído en esas cosas, así que pasaste de largo pero, por alguna extraña razón, cada vuelta que dabas, cada camino que elegías, te llevaba de nuevo ante la tienda de la adivina.

Gastar tu dinero de esa forma era una tontería, pero aún así entraste y te sentaste frente a ella. Sus grandes ojos negros se clavaron en ti mientras te preguntaba:

—¿Quieres conocer tu destino? ¿Pasado, presente y futuro?

Un tímido "sí" se escapó de tu boca mientras te repetías por dentro que no creías en esas cosas.

La mujer apartó la bola de cristal y la dejó junto al quemador de incienso, desde el que un humo gris se elevaba inundando la estancia. Luego cogió el mazo y empezó a barajar sin dejar de mirarte.

Cuando el movimiento se detuvo y sacó la primera carta, te fijaste en su pelo. Era negro, como las plumas de cuervo y largo, tan largo que casi rozaba el suelo a los pies de la silla. Sus primeras palabras atrajeron toda tu atención hacia sus labios. Utilizaba un lenguaje antiguo, que te recordaba al de tus abuelos, o incluso anterior. Su eco tenía un regusto arcano y te preguntaste cómo podías entenderla, cómo era que conocías el significado de lo que no habías escuchado antes. 

Ella hablaba de alguien que vivió hacía demasiado tiempo y hablaba de ti. Era una locura, pero algo en tu interior se agarraba a tus tripas y gritaba que aquella persona del pasado eras tú. Que fuiste tú. Y casi te habías convencido de que era así, cuando la voz cesó y, con ella, el remolino que había formado en tu interior.

La adivina puso una nueva carta sobre la mesa y su dibujo captó tu atención. Aquel sitio no estaba bien iluminado y no podías ver la imagen. Ella había empezado a hablar mientras tú te echabas hacia adelante para intentar distinguir las líneas y te pareció que la carta cambiaba, que no era estática. 

Entonces creíste ver algo por el rabillo del ojo, algo que se movía tras la adivina y tu vista volvió a ella. Tu cabeza dio vueltas por un momento, fluyendo como el humo de incienso. Eso debía ser lo que habías visto, porque allí no había nada más. 

Por un momento, la mujer te pareció más pequeña. Sacudió su cabeza y la melena corta se agitó sobre sus hombros mientras hablaba de tu presente con un lenguaje sencillo y juvenil. Por mucho que buscaste, no lograste encontrar aquello que habías confundido con su pelo, ni el eco de sus palabras antiguas. Ahora, frente a ti, parecía casi una chiquilla, con sus charla clara y directa, que sonaba limpia, como gotas de agua salpicando en una fuente.

En aquel momento te pareció una amiga, alguien a quien conocías de hace tiempo, a quien le habías contado tus problemas, tus anhelos, y que ahora los repetía para ti, como si fueras tú mismo. Por un momento, fue como mirarse a un espejo. Aquel lugar se borró poco a poco, dejando paso a una imagen cada vez más nítida de ti. Cada vez un poco más definida. Como si por una vez, pudieras ver con claridad todo lo que eras.  

Cuando su voz calló, volvías a estar en el puesto de la adivina, en aquella tienda forrada con alfombras y telas zíngaras, mientras ella ponía la última carta frente a ti. Te pareció que la carta era completamente negra, pero no querías mirarla. Esta vez querías escuchar con atención desde el principio, notar cualquier cambio. Mirabas sus labios esperando a que se abrieran y entonces, parpadeaste. 

Fue solo un segundo, pero su voz ya estaba dentro de ti. En tu interior, palabras aisladas explotaban en luz y formaban universos enteros, que se conectaban y cobraban sentido sin que pudieras apreciarlo. Solo había sido un instante, pero cuando volviste a abrir los ojos todo estaba sucediendo frente a ti. Las mismas explosiones de luz, verde en los ojos, morado en el pelo, las mismas palabras inconexas que sabías que podrían explicarlo todo y, mientras retumbaba el eco de la profecía futura, sus labios siempre permanecieron cerrados. 

Todo aquello parecía un sueño, quizá había algo en el incienso, quizá te habías mareado de verdad, porque desde luego, no creías en esas cosas. Te frotaste los ojos con rabia y te esforzaste en repetirlo en tu cabeza una y otra vez. "No creo en predicciones. No creo en brujas. No creo en el destino. No creo, no creo, no creo."

Cuando volviste a mirar, todo estaba calmado. No había ecos del pasado, sobras misteriosas ni explosiones de luz. La adivina recogía sus cartas y no pudiste mirar los dibujos por última vez.

—Estas han sido tus revelaciones —te dijo con la misma voz con la que se ofreció a echarte las cartas— Es igual que las creas o no, son tuyas.

Luego tendió la mano hacia ti y pagaste el precio. Saliste de la tienda sin saber hacia dónde ir. Te habías esforzado tanto en convencerte de no creer, que el resto de palabras que habías escuchado se habían borrado de tu memoria. Intentaste retener alguna, pero se escurrían de tu mente como arena de la playa entre los dedos. Por un momento creíste que, de haberlas retenido, entenderías absolutamente todo de la vida. Pero era inútil, en el recuerdo solo quedaba una palabra: "Revelaciones".

Entonces, comenzaste a andar sin rumbo por la feria pero, por muchas vueltas que diste, por muchos caminos que tomaste, ninguno volvió a llevarte ante la puerta de la adivina.


Echad un ojo a esta entrevista (https://conplumaypixel.com/blog/f/nuevas-autoras-edith-del-campo-kate-lynnon-y-madame-eloise) si queréis saber más de la adivina..., de las brujas... de las tres escritoras de aire que crearon "Revelaciones" 

Y pronto sabréis más...



Comentarios

  1. Tardé un rato en darme cuenta de qué iba todo esto, pero cuando lo entendí me hizo sonreír. Si este no es el post "promocional" más creativo del mundo, que vengan los dioses arcanos y lo vean. Y no me disgusta lo de ser una amiga joven que suena como gotas de agua golpeando en una fuente, jajajaja.

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    1. ¡Bieeen! Me gustan las sonrisas, y que te reconozcas en esa adivina metamorfoseante. Tú siempre tienes algo de agua (con cachalotes alrededor, jaja)

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