SIN MARAVILLAS

 


Está tirada en la hierba a las cinco de la mañana. Hace mucho que nadie cuida el jardín y las malas hierbas sobrepasan su cuerpo tumbado. Gira la cabeza a la derecha y se encuentra con una margarita, que de pronto se le antoja enorme. Y sueña.

A Alicia siempre le ha precedido su nombre. De pequeña le ponían lazos negros a sus vestidos azules, ahora vive en una casa con cartas de corazones pintadas en las paredes y se tira en el sofá para hablar con la oruga del fondo de una botella de mezcal, que le cuenta que las setas que se toma no la hacen más pequeña, pero ella se siente desaparecer sola en su apartamento.

Luego se tira en la cama a escuchar canciones que le recuerdan a gente que olvidó mientras el sol entra por las rendijas de su persiana y le da de lleno en los ojos. Pero no los cierra.

Hubo un tiempo en que ganaba al poker y las tardes se hacían mucho más cortas con cerveza y dinero, pero los días que no son de cumpleaños la gente se cansa de sostenerte la cabeza en el baño y no hay juicios justos para los descarriados que no aguantan vivir en el mundo real. Alicia se metió en el cuento, pero ya no pudo encontrar la sonrisa que colgaba de los árboles.

Despierta en el suelo. No sabe cuántos días, horas, minutos ha estado tirada a los pies de su cama, entre vómito, ceniza y alcohol, pero parece que es de noche, y que su gato Chersy no se ha olvidado de que no ha comido, porque está intentando comerse su pie. Aparta a ese saco de huesos gris de una patada y se toca la cara. Tiene sangre seca en la nariz y casi no puede abrir los ojos. Alarga la mano hacia el tabaco y los cortes de su brazo parecen brillar. Hace mucho que no se pasa por allí el chico del sombrero, el que se largó dejándole sólo cicatrices, de las que se ven y de las que no. Alicia enciende un cigarro boca arriba y aspira el humo muy despacio y piensa en si todas las Alicias del mundo estarán condenadas a esa fantasía estúpida. Luego apaga el cigarro contra su pecho, cierra fuerte los ojos y el conejo blanco vuelve a aparecer debajo de su cama.

Alicia le sigue hasta el jardín y se deja caer en la hierba. Son las cinco de la mañana y se siente muy pequeña entre la hierba alta. Gira la cabeza a la derecha y ve una margarita, que de pronto le parece enorme. Y sueña. Sueña con volver a poner su vida en el mundo real, sueña que sólo tiene que encontrar algo que la devuelva a su tamaño.

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