CRISELEFANTINA


 La bailarina se preparó antes de salir: se colocó el vestido, se ciñó la cinta de su frente y esperó a que la primera luz del día atravesara el techo de vidrio del patio central. Entonces recorrió la sala con pasos estilizados y comenzó a girar. 

La luz azulada reflejándose en el brillo dorado de la tela de su falda y el sonido de sus pulseras de oro repiqueteando en sus brazos podrían hipnotizar a cualquiera que estuviese mirando, pero allí no había nadie más que ella.

Terminó en una pose estudiada para recibir la ovación del público, aunque lo único que escuchó fue su respiración agitada por la danza. No le importó que no hubiera aplausos.

Lentamente, volvió a su estantería, se colocó en puntas y elevó los brazos mientras se abrían las puertas del museo. Sonrió sabiendo que los frutos de su esfuerzo llegarían ahora, cuando todos los que la admirasen en su vitrina sintiesen, casi sin darse cuenta, el corazón desbocado de una bailarina latiendo emocionado bajo el mármol de su pecho.


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