EL PERFUME

 


Acababa de cumplir catorce años y estábamos de vacaciones en Tarragona. También estaban unos amigos de mis padres con sus hijas, que eran unos años más mayores que yo. Por aquel entonces yo devoraba cualquier libro que cayera en mis manos y una de las chicas me dejó "El perfume".

Aquel no era un libro para adolescentes. Su tamaño, su redacción, indicaban algo más adulto. Fuera como fuera, tenía que terminármelo antes de que nos marcháramos de allí, o tendría que devolverlo y me quedaría sin saber el final.

Los días transcurrían entre excursiones, playa, parques de atracciones y comidas en el hotel, así que tenía que aprovechar las noches en la habitación para leer lo que pudiera. Y no me costó mucho hacerlo, porque este fue uno de los primeros libros de los que me enamoré.

Jean-Baptiste Grenouille nace en medio del mercado, entre el olor a restos de pescado, suciedad y sangre y, desde ese instante, los aromas marcan su vida. En seguida se da cuenta de que no desprende ningún olor corporal, pero tiene una nariz privilegiada y es capaz de captar matices aromáticos que otros ni siquiera imaginan. Convertirse en perfumista y aprender a atrapar las esencias le abre un mundo de posibilidades. El problema llega cuando empieza a buscar la forma de destilar olores nuevos, nada de flores o hierbas, sino los efluvios de las pieles y el cabello de las jóvenes recién maduradas y se obsesiona con conseguir el perfume de la belleza misma.

Además del personaje de Jean-Baptiste y su extraña personalidad y una historia interesante, este libro me atrapó por las descripciones. Era la primera vez que leía algo tan sensorial, algo que me transportaba inmediatamente a las sucias calles de París o al barrio de los curtidores y su intenso olor (y eso que todavía no había estado en ninguno, pero podía imaginármelo). Fue quizá el primer libro en el que estuve inmersa, que viví casi a la vez que su protagonista y que se me quedó grabado para siempre en la memoria, desde el mismo momento en que se lo devolví a su dueña.

Así que, si es uno de esos libros que no habéis leído, os recomiendo que lo hagáis y disfrutéis de la especie de sinestesia lectora-olfativa. Y que aspiréis el olor del cuello de esa persona, del café recién hecho, de la hierba que empieza a brotar... No hace falta retenerlo, eso es felicidad.

Comentarios

  1. Es un libro inquietante y cautivador al mismo tiempo, me encantó cuando lo leí, recomendable

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