LUNA

 

"No jures por la luna, esa inconstante que cada mes cambia en su esfera, no sea que tu amor resulte tan variable", decía Julieta.

Y, sin embargo, la luna es constante en sus ciclos, aunque se esconda de nuestros ojos. Misterioso satélite que se acompaña de ritos y maldiciones, compañera lobisomen, siempre anclada a las mujeres por su ritmo de veintiocho días.

Hace años me leí "Luna roja", como si fuera a encontrar de pronto un vínculo secreto entre todas las mujeres. No fue así. Tampoco encontré ningún patrón creativo en mi propio ritmo, pero cuando leí "Diosas. La canción de Eva", encontré una nueva vuelta que sí disfruté: los arquetipos femeninos vinculados a las fases de la luna.

La luna nueva desaparece del cielo, como si muriera para renacer. La oscuridad absoluta que deja en la noche se relaciona con el arquetipo de la bruja, la mujer que sabía que se esconde para reflexionar y volver más fuerte. Misterio e introspección. La diosa Vesta se apartó del mundo para vigilar el fuego sagrado. Desde su blanco templo seis vírgenes vestales lo apagaban al fin de cada año y volvían a encenderlo frotando dos palos de roble, para que la diosa mantuviera el calor en cada hogar que le rendía culto. Y como hablamos de brujas, las hogueras también simbolizan sacrificios y penitencias, la muerte para la resurrección. Lo mismo que hace Kali, la destructora de demonios, que no duda en arrancar cabezas para restaurar la calma y el equilibrio, manteniendo constante el flujo de la vida.

La luna creciente es un nuevo principio lleno de energía. Su arquetipo es la virgen, plena, repleta de ganas de hacer cosas, de aprender, de conocer, de relacionarse. Artemisa, la diosa que quiere seguir siendo niña, y su arco hecho de luna, con el que se adentraba para cazar en el bosque en mitad de la noche, siguiendo sus deseos y su intuición más que a sus propios ojos. También Afrodita, la amante enamorada, gozosa, que disfruta del placer carnal sin pudor.

Cuando se llena la luna nos alumbra con toda su luz. Su forma redonda recuerda al vientre de una madre, y ese es su arquetipo, la mujer que da su luz por los demás, la que cuida, la que arrulla. Pensamos en Isis, sentada sobre su trono, amamantando a Horus, cuidando de Osiris incluso tras su muerte. O en Démeter, madre que alimenta a la humanidad con sus frutos, pero también puede condenarla al invierno eterno por la tristeza de perder a una hija. O Yemayá, la madre del océano, que nos protege haciendo que flotemos en su elemento mientras permanecemos en el vientre materno.

Y poco a poco decrece la luna en el cielo para volver a empezar. Es una fase madura, la de la mujer hechicera, que sabe lo que quiere y cómo expresarlo, la artista. Aquí tenemos Sarasvati, la diosa de las artes y el aprendizaje, que sostiene en sus cuatro brazos un libro que representa el intelecto, un mala que representa la mente, y un cuenco con agua y un vina, que representan la vigilia y el ego. También encontramos a Circe, la que conoce todas las hierbas de su isla y cómo utilizarlas para seducir a un hombre o convertirlo en animal. La mujer consciente de su poder y sus capacidades, sabedora de la magia que rodea a su ser. Y, por supuesto, a Ceridwen, la bruja con el poder de la inspiración. Como la luna, podía adoptar la forma de bruja, doncella o madre, pero su mayor poder llegaba durante el cuarto menguante.

Diosas, mujeres, lunas... todo se entremezcla en las leyendas de la humanidad. Yo, desde luego, estoy ligada a ella desde hace tiempo. Y es que, para quien no lo sepa, la Luna Maligna hace que todas las criaturas negras tengan +1 de fuerza.

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