ORGULLO SIN PREJUICIO

 


¡Qué bonito es ir al teatro!

Este miércoles fui al Liceo para ver el estreno de ¡Shock!, y pensaba hablaros un poco de la obra, porque lo merece. De estas que tienen un mensaje que da para pensar durante un tiempito luego. Pero es que Charo Alonso lo explica tan bien aquí, que no me atrevo ni a intentarlo. Así que voy a atacarlo por lo emocional.

Creo que he estado en el teatro de todas las formas posibles: como espectadora, como actriz, como guionista, ayudando entre bambalinas... y aún así me sorprendí viviendo la experiencia de una forma diferente.

Esta vez yo solo iba a ver la obra, pero es que he sido la privilegiada espectadora de ¡Shock! desde que surgió. Y es que ver las ideas nacer en una cabeza ajena, formarse sobre el papel, adquirir personalidad en un local de ensayo, es un poco como seguir el crecimiento de un niño. Así que verlo en su forma final, adulto sobre el escenario, hace que se me salten las lagrimitas y que me llene de orgullo.

Orgullo por ver el proceso creativo. Por poder escuchar esas ideas que crees que es importante que la gente sepa, culturizarnos para no ser un rebaño de ovejas en manos del poder. Conversaciones interesantes delante de un buen vino, que la cabeza del escritor luego convierte en diálogos sobre el papel, a medida del personaje y en clave de humor. Porque reír es una de las mejores armas. Porque la píldora que nos dan, siempre entra mejor con azúcar. Porque, como el idiota, es una semilla dejada sobre la tierra, insignificante y a la vez contenedora de todo, un inicio.

Orgullo por ver cómo esas palabras, primero habladas y después leídas, se transforman en mensaje. Cómo cada uno de los actores y actrices las lee con cuidado, las aprende, las hace suyas. Las sinergias de la interacción. Cómo todavía existe gente que, semana a semana, dedica su tiempo y sus ganas a construir los personajes, a estudiar los movimientos, las pausas, los impases, para sembrar su propia semilla, disfrazada de las palabras de otro.

Orgullo por poder entender el trabajo y el esfuerzo que hay detrás de todo. Ese en el que nadie se fija, porque parece invisible, como el aire, y que, como él, es totalmente necesario. Saber que los directores tienen que desgranar el texto e imaginarlo hasta ser capaces de plasmarlo en una imagen y una coreografía, convirtiendo cada ego individual en un todo global y colaborativo. Saber del talento de los que llevan esas imágenes al mundo real, fabricando una escenografía, cosiendo unos trajes. De la profesionalidad de los que se encargan de crear una música que acompaña a las palabras, de que las luces se enciendan en el momento justo o de meter los audios, haciendo de la obra sea un espectáculo que llega por todos los sentidos al espectador, dejando todo listo para repartir las semillas a todo el público.

Conozco a casi todas las personas que han participado en ¡Shock!, de uno u otro modo (y a las que no, es cuestión de tiempo), he estado en casi todos los lugares en los que estaban ellos, he visto el resultado desde mi butaca, observadora sin responsabilidades esta vez, y la palabra que se me viene si pienso en todo esta más clara que en luces de neón con purpurina: ORGULLO. 

A Roberto Sánchez y a todos los que forman la compañía de Komo Teatro: sois unos cracks. ¡Qué orgullo poder considerarme vuestra compañera!

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