EN ANAYA

Su trabajo solo era un trabajo más. No era lo que quería ser en la vida, pero era lo que le daba de comer. Ya habría tiempo de buscar algo mejor cuando acabara los estudios, si algún día llegaba a acabarlos... Decidió quitarse esos pensamientos de encima y se apoyó en la barra ahora que casi no tenía clientes. La verdad es que el sitio era precioso. Ver la catedral de fondo todo el día no es algo que tengas en cualquier trabajo, pero, pasados los primeros días, pasa a ser simplemente un fondo, como cualquier póster de los de “Sigue aguantando” con el gatito colgado. Ahora se fijaba mucho más en la gente que pasaba. La chica del peto y la mochila roja que cogía de la cintura a la rubia de los pantalones cortos para besarla apasionadamente antes de señalarle dónde estaba el astronauta, los cuatro turistas mexicanos de enormes barrigas que miraban el mapa decidiendo cuál sería el siguiente camino a tomar, el hombre de las muletas que llevaba un rato sentado en el césped... Gente muy difer...